Cristian Burgos C. y Paulo Herrera M.
El ahorro es nuestro gran desconocido. En la sociedad dominicana – la cual está repleta de personas talentosas, trabajadoras y creativas; expertas en resolver lo que sea para sobrevivir – el ahorro como hábito de vida cuenta muy poco, por no decir nada.
Si al talento, al trabajo y a la creatividad sumáramos una cultura del ahorro, no tardaríamos en convertirnos en una potencia.
Acercarnos a la cultura del ahorro implica alejarnos de la cultura del “ingreso por el ingreso”. Hemos llegado a equiparar ingreso con bienestar, e incluso a confundir la capacidad para generar ingresos con la capacidad para ahorrar. Sin darnos cuenta, el ingreso nos anestesia y puede llevarnos a decisiones que ponen en riesgo nuestro bienestar.
En vez del ingreso, es el ahorro el llamado a ser la “batuta” de nuestras decisiones. Igual que el agua que usamos en la casa proviene del tinaco o de la cisterna – y no directamente del acueducto – necesitamos colocar al ahorro como regulador para las decisiones que impliquen uso de dinero. En otras palabras, en vez de decidir directamente a partir del ingreso – o, peor, del crédito – el ahorro determina si una decisión es o no posible, o bien cuándo es posible.
Así, el ritmo del ahorro es el que sostiene el bienestar. No solamente el del ingreso ni – mucho menos – el del crédito.
Ahorrar es mucho más que guardar dinero. Y para ahorrar como es, se impone un gran cambio de mentalidad.
Ahorrar recursos
La cultura del ahorro implica estar conscientes en nuestro movimiento cotidiano de las oportunidades para ahorrar recursos y evitar desperdicios. Para ello, debemos reconciliarnos con el concepto “recurso”: todo aquello que consumimos – alimentos, combustible, electricidad, agua, etc. – y que puede – o no – medirse con dinero. Desde la cultura del ahorro, el dinero es un medidor de recursos, pero no un recurso en sí mismo.